martes, 16 de octubre de 2007
Clasicos.The Beatles (3)
Leer y quedarse afuera. Hay cierta irreductibilidad de los Beatles a la disección tradicional que viene de los viejos cilindros.
Su mejor obra se construye en el estudio de grabación, en una época de extrema desconfianza a todo lo que vomitara la industria cultural.
La distinción entre arte y publicidad, decía entonces Adorno, quedaba eliminada desde el momento en que los productos eran creados para el intercambio y no para satisfacer necesidad alguna.
El lado oculto del fetichismo de la música era la regresión del auditorio, la incapacidad creciente de concentrarse en nada que no fueran los aspectos más banales de la composición: la temporalidad de un siempre lo mismo, un destino del cual no se puede escapar.
Los Beatles sí lograron trazarse un plan de fuga. En vez de cubrirse los oídos con cera para soportar los aullidos, se refugiaron en el estudio. Fue el paso del público al oyente.
Y el oyente advierte de inmediato los efectos de esa fuga.
“Tomorrow never knows” es la última canción de Revolver y la primera de las obras maestras compuestas por Lennon y tamizadas por lo que podría llamarse un concepto McCartney.
En ella quedan registradas las primeras aproximaciones de Paul con la avant-garde londinense, su afición por las cintas y la música electrónica.
Los cinco loops de su autoría desglosados por Everett en su ensayo muestran ostinatos, timbres y armonías tan ajenas al mundo pop que, casi cuarenta años después siguen provocando –al igual que la idea general de grabación, el ostinato rítmico y el grano de la voz– esa extrañeza e incitación a clonarlos.
Dos años más tarde, Lennon completó ese gesto en “Revolution 9”, donde el material incautado se multiplica por nueve e incluye pasajes deglutidos de los Estudios Sinfónicos de Schumann, pasajes de un motete de Vaughan Williams, y la Sinfonía 7 de Sibelius.
La sangre derramada no era negociada.
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