jueves, 22 de noviembre de 2007

Flaneur

Walter Benjamin, define la figura del flaneur: el viajero contemplador y reflexivo que disfruta a su manera del paisaje, el sujeto que erra lentamente por las calles, que se entrega ociosa, imaginativamente, sin un plan prefijado, a lo que le ofrece el destino.

Tengo para mí que es una buena forma de viajar esta vida , lanzarse azarosamente a la promesa de ese destino sin las tiranías de los horarios, las rutinas, abandonarse a la posibilidad de una revelación —espiritual, sensorial, educativa— que quizás aparezca o quizás no, pero siempre con la consigna de dejarse llevar por lo que los sueños le han dicho a ese viajero.

Existe otra forma de viajar la vida que tiene lo suyo y no es desdeñable: son los que odian la imprevisión, la falta de un orden, el viaje caótico; algunos de ellos se convierten en esos aficionados a los mapas cuya alegría consiste, muchas veces, en dedicar más atención a las páginas de las guías que a los paisajes por donde pasan.

Entre esos dos modelos extremos se viaja. Para unos —el flaneur—, la curiosidad aparece como una mujer a la que hay que satisfacer a cómo dé lugar y siempre tienen la ilusión de un principio.

Son los buscadores de lugares secretos, los que persiguen cosas que están más en su cerebro que en el lugar que pisan.

Para otros, esa caminata al azar sin ningún plan es casi un pecado que no lleva a ningún lado o, en el peor de lo casos, a sitios riesgosos de los cuales no es tan fácil salir.

O sea, están los aventureros lanzados a un paseo impredecible, al placer de la incertidumbre, la posibilidad de no verlo todo y, por lo tanto, poder volar con la imaginación hasta aquello que no se ve; el flaneur sabe que ese andar puede convertir al viaje en algo diferente.

Y existen los que exigen saber dónde están en cada momento como si hubiera una suerte de seguridad en ello, aquellos que eligen una rutina a la que volverían una y mil veces, como se vuelve a los lugares de la infancia.


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